Reflexion Contemplativa en Semana Santa

Tema: La Cruz, Camino hacia de Santidad; Un tesoro y fuente de fortaleza para Arnoldo Janssen y la Generacion Fundadora.

Ambientación:  La Cruz; los cuadros de Arnoldo Janssen y la Generación fundadora; Rostros sufrientes de nuestra realidad actual.

Introducción: La finalidad de este tiempo de oración es estar con Jesús en su entrega total. Acompañar a Jesús, dejarnos conmover ante la pasión y muerte de neustro Señor; pero con una mirada confiada, esperanzadora, vislumbrando la resurrección. Invocamos la presencia del Espíritu Santo; que el Espíritu nos ilumine al comenzar este tiempo de oración; que nos envuelva con su luz, con su gracia, con su amor.

Entrando en sintonía:

Contemplamos, observamos por un momento la imagen de Jesús entregado por amor a nosotros en la Cruz, mientras escuchamos una canción de entrega, a Jesús en la Cruz, a Dios Padre etc.

Contemplar la imagen de Jesús en la Cruz, no deja de conmovernos por la actitud de Jesús, y su modo de afrontar la muerte. El evangelista Lucas resalta el abandono confiado de Jesús en manos del Padre (23,46), en una entrega por amor: “tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).

Al contemplar a Jesús en la Cruz, estamos contemplando su muerte – su entrega en conexión con la realidad fundante: su experiencia de experimentar a Dios como su Padre, el Abba y en consecuencia, saberse y sentirse Hijo muy amado, el elegido, el muy querido.

Considerar a Dios como Papá, revela el tipo de relación de confianza, de sencillez, como la de un niño a quien conoce, ama y confía, que le ama incondicionalmente.

El abandono por amor de Jesús es una consecuencia de su modo de vivir que no fue más que confiado que Dios es quien lo guía y sostiene en la misión. “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre”. El Padre es su garantía.

Arnoldo Janssen y la Cruz.

Contemplamos ahora la Cruz a la luz de las experiencias del padre Arnoldo.

La Cruz, la debilidad, el dolor son elementos indispensables en el “camino de la santidad. “…la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres…” (1 Cor 1, 25). Esta frase de San Pablo se hizo carne en la vida de Arnoldo Janssen.

Arnoldo mismo recuerda los tiempos anteriores a la fundación: “Me percaté muy pronto, no importa a donde llegaba, que me miraban con mucha compasión como una persona que sufría bajo el peso de una mente exaltada”. Y no era su parecer subjetivo, sino que realmente los demás lo consideraban incapacitado para este proyecto, dado que sería según ellos “un personaje singular sin sentido de orden, ni talento organizador”. “El loco Janssen paso por aquí le di diez marcos para librarme de él”.  Y su propio hermano, que al principio estaba entusiasmado en difundir la idea de la fundación del seminario misionero, desistió frente a tantos comentarios negativos referente a estos planes y la falta de idoneidad de su hermano. Escribió su renuncia para no desprestigiarse.

Loco, incapaz, poco práctico, insignificante, poco elocuente fue el hombre cuya obra está perdurando ya más de cien años, que se ha extendido en los cinco continentes, porque este hombre lo único que deseaba es que el Amor de Dios sea conocido por todos. Y por eso fue tenaz hasta la locura de seguir la voluntad de Dios. Incapaz a los ojos humanos, sin embargo, experto en reconocer la voluntad de Dios en su corazón y en las circunstancias de cada día. Poco práctico según los que lo rodeaban, pero:

  • la enorme construcción de Steyl la llevó a cabo sin seguridades económicas…
  • la gran imprenta que divulgaba el amor y la misericordia del Sagrado Corazón de Jesús fue muestra de su espíritu adelantado a la época.

¿Dónde está el secreto? Nos lo revelan sus escritos: “En mal estado anímico y enfermo llegué a mi casa donde debía a hacer frente a la fuerte tentación a lanzar todo por la borda…. Tuve mi época de pesadas luchas; me parecía como que debía dejarme crucificar para el caso que realizara la obra.”

Tanto, Arnoldo Janssen, como las Madre María Elena, Josefa, y los demás miembros de la generación fundadora, frente al dolor, al sufrimiento, frente a la Cruz personal, invitaban a la confianza, a tener el coraje, la valentía. Sabían en quién habían puesto su confianza. Tenían esa vivencia de Dios como el Padre Bueno los sostenía también en esos momentos difíciles, y desafiantes.

NOSOTROS – HOY.

Como discípulos misioneros, compartimos la vida y misión de Jesús. Como Jesús, sabemos que nuestra vida, en nuestros apostolados encontramos situaciones no solo de alegría o éxito, sino también dificultades, decepciones, malos entendidos, persecuciones, soledad y fracasos; en esas situaciones, nuestra relación con la Trinidad es la que nos sostiene.

El Dios que está con nosotros, nuestro Padre nunca nos abandona. A veces, las experiencias de dolor o situaciones de pecado pueden revelar que Dios está con nosotros, acompañando el dolor, amándonos totalmente, incondicionalmente, misericordiosamente. Otras veces siendo solidarios con los que más nos necesitan.

A medida que crecemos en la conciencia de que somos amados desde toda la eternidad con un amor que no se puede romper; un amor incluso siendo pecadores, nuestra identidad también se fortalece y por lo tanto, nos hace capaces de expandirnos hacia los demás, siendo personas de diálogo, de comunión. Esto nos sostiene en los momentos de soledad, de vulnerabilidad personales y de la misión.

Como los discípulos al sentirse llamados o convocados para estar con Jesús, somos invitados a recorrer también el camino que lleva a la cruz; un seguimiento en la Galilea, pero también haciendo camino rumbo a Jerusalén.

Y terminará en una Cruz. Esta idea de pasión no cuaja en la modernidad. Para los discípulos tampoco cuajó. Por eso, Jesús hace un segundo llamado al seguimiento desde la libertad: “si uno quiere seguirme, que…” (8,34-9,1).

  • Es una invitación de adhesión a su persona, negándose a sí mismo, dejar los deseos y pensamientos personales, y decidirse por él.
  • Tomar la cruz, en la realidad que nos toca vivir, con los que están en las periferias existenciales, el dolor.
  • Entregar la vida por causa de Jesús y de su pueblo oprimido, significa ganarla (salvarla). “Si el grano de trigo muere, da muchos frutos…”. Quien insiste en mantener la idea de un Mesías glorioso sin la cruz, no entiende nada y nunca llegará a adquirir la actitud del verdadero discípulo, porque sin la cruz es imposible entender quién es Jesús y lo que significa seguirle.

Con la muerte, con la cruz, somos urgidos también a hablar de la vida, de la resurrección.

En las apariciones después de la Resurrección, el Señor no hace otra cosa que reprender a los discípulos porque son necios, son tardos, son lentos…  el camino de la resurrección no se puede recorrer arrastrando los pies, ni quedando mirando al cielo.

Su Resurrección es una cuestión de vida para nosotros también, porque participamos de su victoria.

También nosotros estamos vivos gracias al viviente con mayúscula. “Por qué buscan entre los muertos al que está vivo. No está aquí, ha resucitado”. Nos conecta con la humanidad, nos conecta con las periferias existenciales. Las periferias del no conocimiento de Dios, de la injusticia, del dolor, de la soledad, del sin sentido de la vida, que tenemos que evangelizar con nuestro gozo. “Nosotros anunciamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados…” (1 Cor1:23-25).

En este tiempo de oración y recogimiento: dejémonos conmover ante la Pasión del Señor, contemplemos a Jesus a través de nuestras propias pasiones y la pasión del mundo, pero teniendo una mirada pascual, mirada con el corazón.

A la luz del testimonio de su radical entrega por la causa del REINO, Nos preguntamos:

  • ¿Estamos dispuestos a abrazar la Cruz como fuente de fortaleza y sabiduría en nuestra vida misionera?
ES

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