Con 78 años de vida, 50 como sacerdote y 23 como obispo estamos en una gran peregrinación misionera. La vida es un regalo de Dios. Hay que usarla, vivirla y celebrarla para que sea útil a la Sociedad, para un mundo mejor. En mi caso, está al servicio de la misión, de la Iglesia en salida. Hacer de la vida algo no para uno mismo, sino para los hermanos.

Nací en un pequeño pueblo llamado Cascalho, en Cordeirópolis – SP.  Pasé mi infancia con mis padres. Los cristianos que siempre fueron me hicieron cristiano. Recibí el bautismo, la primera comunión y la confirmación. Yo era un niño normal en el campo. Cuando un padre misionero del Verbo Divino me llevó al seminario (el padre Antônio Klein).

En el seminario de Araraquara hice los cuatro años de bachillerato. Aprendí la disciplina, las relaciones fraternales, el amor por las cosas de Dios. Fui a la escuela secundaria en Ponta Grossa, PR. Tuve dificultades con el latín. Pero encontré un entorno que me ayudó a continuar mis estudios, que no siempre fueron fáciles. A partir de ahí hubo un cambio enorme. Me fui a la gran ciudad de São Paulo, donde viví mi época de novicio. Fue una época de grandes novedades. La gracia de entrar en la espiritualidad de la familia misionera. Entrar en contacto con los misioneros del Verbo Divino, conocer la Congregación de los misioneros, cuyo fundador fue San Arnoldo Janssen. Interiorizar los valores humanos y cristianos a la luz de la Palabra de Dios, en el silencio y la oración, en la vida comunitaria y en los primeros pasos del trabajo pastoral.

Poco después, entré en el mundo académico en la Facultad de Filosofía. Durante la semana mucho estudio, con los deberes de la convivencia fraterna y los fines de semana junto a la gente de la periferia de Sao Paulo, entrando en familias y comunidades, aprendiendo a ser misionero. — Y el tiempo de teología, 4 años estudiando la Biblia, conociendo la historia de la Iglesia y profundizando en la riqueza de la vida de la Iglesia y abriéndome siempre más a la acción misionera. Tuve la suerte de perseverar, teniendo siempre como ejemplo a los hermanos misioneros, en la oración y en el trabajo, en la convivencia misionera y en la familia misionera. En cuanto a los Padres, eran los mejores, viendo el amor por la Congregación, por la Iglesia y la alegría en la Misión.  Vi pasar a muchos misioneros por el Seminario, entusiasmados con el trabajo misionero.

Los primeros años como sacerdote (15 años), siempre acompañado por los sacerdotes y hermanos misioneros. A partir de entonces, asumiendo responsabilidades cada vez más exigentes. En la gran Sao Paulo, dos años en el barrio Agua Rasa. En el interior, tres años en la ciudad de Monte Alto y nueve en Araraquara. Luego fui llamado al trabajo misionero en la region del Vale do Ribeira, Santuario del Bom Jesus durante 7 años. Siempre enfrentando más desafíos, a través de la oración y la convivencia fraterna con los compañeros en el trabajo pastoral y misionero. Y 5 años más en el Seminario Mayor, SP, donde celebré mi jubileo (25 años) como sacerdote misionero, cuando la Divina Providencia me llevó a un curso de “Aggionarmento” en Roma. Fueron cuatro meses de evaluación misionera. Fui llamado y nombrado obispo para la Diócesis de Registro, Vale do Ribeira, SP. La vida es una continua escuela de aprendizaje. Uno hace su camino. Encontramos desafíos, “pruebas”, pero mucha más alegría en el trabajo misionero. Siempre tenemos que cultivar el ser y el hacer. Como el pájaro no puede volar con una sola ala, así el misionero tiene que buscar libremente el mundo de Dios (espiritualidad) y el hacer (mundo misionero). Mi lema episcopal, “lanzar las redes”, me hace renovar cada día la disposición de poner el tiempo, la salud, los dones recibidos y la fuerza de Dios en mí al servicio de la misión, al servicio de los hermanos. Me he dado cuenta de que cada persona, con su trabajo y su vida, puede ser vida nueva para el Reino que viene. No importa dónde vivas o el trabajo que hagas, siempre es tiempo de evangelizar, en todo momento y en todo lugar. DEBEMOS ESCUCHAR SIEMPRE AL MAESTRO QUE NOS LLAMA DE NUEVO.

Cuando pasé por Bolzano (1988), en el norte de Italia, recibí un regalo que llevo conmigo, un icono de San José Freinademetz, el gran misionero de China. Está en la capilla episcopal.  Me ayuda mucho a ser y hacer misión a través de la oración, la convivencia fraterna y la pastoral misionera. Recuerdo con gratitud y alegría el tiempo que pasé entre la gente, en las comunidades de la periferia y del campo, en las comunidades ribereñas del río Ribeira de Iguape, en las comunidades indígenas y quilombolas.  Veo todo como una bendición de Dios en mi vida misionera. Ser un puente entre hermanos y hermanas en el camino de la vida. Con la Virgen siempre de nuevo “muéstranos a Jesús”, para que también podamos llevarlo a los demás. Ser misionero es estar al servicio de todos, especialmente de los más pequeños, los más sufridos y marcados por el dolor, la pobreza y el abandono.

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El obispo José Luiz Bertanha, SVD, nació en Cordeirópolis, estado de S. Paulo, el 9 de agosto de 1942. Emitió sus votos perpetuos el 8 de agosto de 1971 y fue ordenado sacerdote el 18 de diciembre de 1971. Fue nombrado segundo obispo de Registro por el Papa Juan Pablo II el 26 de mayo de 1998, cuando era párroco del Santuario Senhor Bom Jesus de Iguape, en la misma diócesis. Fue presidente del Consejo Regional Misionero de la Región Sur de la Conferência Nacional de Obispos de Brasil. Estuvo al frente de la Diócesis de Registro durante casi veinte años, dimitiendo en 2018. Continuó residiendo en la diócesis, donde colabora como obispo emérito.