Vivir la Cuaresma en Tiempos de Pandemia a la Luz de la Espiritualidad Arnoldina

Autor: Edenio Valle, SVD
Tema: Cuaresma en tiempos de pandemia
Idioma: Inglés, Español

En este año 2021 celebraremos la Cuaresma y Pascua en un mundo que lamenta la muerte de más de dos millones y medio de personas por el covid-19. En Brasil, el país donde vivo, esa cifra ya se elevó a más de 264.325 mil personas (07/03/2021).

Algo similar se repite en prácticamente todos los países del mundo, en mayor o menor medida. En Estados Unidos, la nación más rica y poderosa del mundo, el número de muertes ya ha superado la aterradora cifra de medio millón de pérdidas fatales. El daño en el ámbito económico, político, social (¡y religioso!), veremos sus devastadores efectos en los próximos meses y años.

Pero, podemos preguntarnos si con esta pandemia no sucederá lo mismo que aconteció con las dos guerras mundiales, la gripe española y el holocausto de los judios que, juntos, costaron a la humanidad alrededor de 30 veces más muertes que esta crisis del nuevo coronavirus hasta el momento. Como congregaciones misioneras, no debemos olvidarnos que esta tragedia ha aumentado la conciencia de que las cosas no pueden permanecer como antes. Es necesario que suceda algo nuevo en el orden mundial y en la relación entre las personas y los grupos humanos.

El Papa Francisco ha insistido en este tema a través de pronunciamientos contundentes, gestos simbólicos elocuentes y direcciones concretas. Es cada vez más indispensable construir un orden mundial más justo, solidario y fraterno.

Es en medio de tal situación que este año celebramos el tiempo de penitencia, ayuno y oración y de retorno a la Palabra de Dios con el que la Iglesia inaugura el tiempo litúrgico que nos prepara para la fiesta de la Resurrección del Señor. Nosotros, como hijos e hijas de Arnoldo Janssen, tenemos la obligación de preguntarnos si los cuarenta días de Cuaresma tienen algo diferente y nuevo que decirnos. Pienso que sí. Especialmente en el campo de nuestra espiritualidad y acción misionera.

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Sabemos que nuestros Generalatos ya están preocupados por repensar los cambios, prioridades y énfasis que son necesarios tras el control de la pandemia y el regreso a una vida misionero-pastoral más rutinaria. Todo parece indicar, que se trata de construir una “nueva normalidad” – o, en lenguaje bíblico, una “nueva conversión” – que refuerza en nuestras congregaciones la esperanza y la certeza escatológica de que el Reino de Dios ya está más cerca de nosotros (Lc 1, 15).

La mayoría de los miembros actuales de nuestras Congregaciones nacieron en Asia, África y América Latina. De ahí la gran diversidad de rostros, mentes y corazones que nos caracterizan hoy. Este es un aspecto que incluso tiende a crecer en la próxima década, por lo que nuestras familias religiosas, aunque frágiles ante los enormes desafíos que nos esperan, pueden jugar un papel valioso en la construcción de una “nueva normalidad”. Por esta y otras razones, veo la Cuaresma de este año como “un tiempo propicio” para que aceptemos lo que el Espíritu Santo está diciendo a las iglesias (Ap.1,9 – 3, 22) y para que reflexionemos de corazón sobre el papel que nos toca desempeñar como miembros de una Iglesia comprometida con la vocación de ser siempre, en Cristo y por Cristo, vida y luz para todos los pueblos (LG 1).

Como guión para la reflexión cuaresmal, nada más apropiado que escuchar los textos bíblicos que estaremos leyendo en las misas durante los cuarenta días en los que toda la Iglesia se prepara para llegar más convertida a la Pascua del Resucitado.

Recuerdo brevemente algunos de estos textos, recordando que la pandemia resultó algo que nos cuesta admitir: somos sumamente frágiles, somos pecadores, la vida pasa rápido, el resto son cenizas y polvo. Esta es la realidad que la pandemia ha abierto una vez más a quienes tienen ojos para ver y oídos para oír. Releamos y meditemos personalmente y en comunidad lo que dicen los profetas del Antiguo y Nuevo Testamento:

Joel, 12, 2, – 18; Deut. 30, 115-20; Is. 38, 3; Is 58-1-14;
Is, 42, 1-7; Is.49; 1-7; Is 50, 4-9; Is 55, 10-11; 53, 13-15;
Mt 6, 1-15; Jonás 3, 1-10, Mt 7, 7-12; Ez 18, 21-28.
Lc 5, 27-32; Lc 9, 22-25; Mc 1, 12-15.

La lectura de estos textos puede suscitar en muchos de nosotros la misma pregunta que me he estado haciendo más de una vez en los últimos meses: ¿las calamidades provocadas por el Sars-CoV-2 requerirán también de nuestras congregaciones  una revisión mucho más concreta y práctica de sus prioridades misioneras, de sus estilos de vida y su espiritualidad misionera?

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Como misionero y sacerdote participé intensamente en muchos y varios cambios dentro y fuera de la Iglesia. Siempre he considerado estas vicisitudes de la vida y de la historia como “tentaciones” del Espíritu (Lc 4, 1-2) que pueden llevarnos a una conciencia más clara de lo que Dios nos pide. San Ignacio de Loyola enseñó que es necesario aprender a discernir en todo lo que sucede lo que el Espíritu está tratando de decirnos. Llamó a este ejercicio de lucha espiritual e iluminación interior “discernimiento de espíritus”.

Creo que la pandemia no cambiará todo porque los factores en juego son tan o más importantes que la actual “plaga”. Sin embargo, puede ser una oportunidad preciosa para que la Iglesia en actitud penitencial haga un examen de conciencia sobre el papel que tiene en la actual situación histórica. Cuando digo Iglesia, me refiero especialmente a nuestras congregaciones misioneras que están presentes en 85 países de los cinco continentes.

Me explico mejor con lo que pasó recientemente en Brasil en medio de la crisis pandémica. El gobierno federal constató que cerca de cinco millones de personas ni siquiera tenían documentos (certificado de nacimiento, cédula de identidad, cédula de trabajo) que les permitiera acreditar su existencia como ciudadanos, por lo que tenían derecho a una asignación mensual de trescientos a seiscientos reales. Eso les ayudaría al menos a no morir de hambre durante la prolongada pandemia. Para las computadoras de impuestos federales, eran simplemente “invisibles”. Tengo la impresión de que incluso para algunas congregaciones religiosas que llegaron a Brasil hace unos cien años, este batallón de personas era y hasta cierto punto (también hoy) permanece invisible.

Espiritualidad de la familia a la luz de la pandemia

Como estudiante de teología en Alemania, asistí a una conferencia del profesor de teología Klaus Hemmerle (más tarde obispo de Aachen / Alemania) sobre el tema de la espiritualidad del P. Arnoldo Janssen. Ya había tomado clases al respecto con el P. Alberto Rohner, un gran conocedor del tema. Hasta hoy recuerdo lo dicho por A. Hemmerle. Según él, aunque se nuestro Fundador no era un teólogo, supo dar a nuestras Congregaciones una base teológica muy sólida, colocando en el centro de nuestra espiritualidad puntos absolutamente centrales para toda la teología cristiana a partir de la invocación con la que encabezó los títulos de sus cartas, y que nos hizo rezar cada cuarto de hora: “Viva Dios Uno y Trino en nuestro corazón y en el corazón de todos”. Lo mismo ocurre con la acción del Espíritu Santo como vínculo de amor entre el Padre y el Hijo y su acción diaria en la Iglesia y en la historia (los dones); la Encarnación del Verbo de Dios como ser humano en todo como nosotros, excepto en el pecado; la urgencia de anunciar la Palabra de Dios (salvación) a todos los pueblos; el de la primacía de la misión y la santidad en la vida de la Iglesia; la importancia y belleza de la liturgia en la vida de la comunidad, la devoción al Santísimo Sacramento, etc. Junto a él, según recuerdo el libro de oraciones diario que usábamos en mi época de novicio (el antiguo “Vademécum”), reflejaba mucho del pietismo que prevalecía en la Renania, la región de Alemania donde nació San Arnaldo.

En los primeros cincuenta años de la muerte del Fundador, esta fue la religiosidad que quedó en la herencia espiritual que nos dejó. Sólo después del Concilio Vaticano II hubo una reforma, un giro real, mejor decir, en nuestras concepciones eclesiológicas, cristológicas y misiológicas (“missio Dei”) que, por supuesto, también influyó en nuestro estilo de vivir, de trabajar y rezar.

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También la piedad, el ascetismo y el celo pastoral-misionero que reinaba en la Casa Misional de Steyl y que necesita ser visto en el contexto de la Iglesia, Cultura y Sociedad en la que se fundaron nuestras congregaciones. La primera y segunda generación de Verbitas y Siervas (de las Beatas Helena Stollenwerk y Hendrina Stenmanns y Adolfina Stönnies) dejaron casi intacto el legado de San Arnoldo.

Doy como prueba de ello la experiencia personal del sacerdote tirolés P. José Freinademetz, uno de los pocos candidatos que llegó como presbítero a la casa misional y pronto partió hacia China. En una carta que escribió el 20 de agosto de 1878, sobre su primera impresión de la espiritualidad de Arnoldo y sus primeros seguidores: Todavía tengo una palabra sobre la casa en la que estoy ahora. Esta es verdaderamente una casa en la que se puede respirar el espíritu de piedad y temor de Dios. Lo digo con toda sinceridad de lo poco que pude ver en estos dos días de mi estadía aquí. No tengo miedo de decir demasiado si digo que nunca me he encontrado con nada similar en Cassianeo ni en el Seminario de Bressanone.

En una segunda carta (con fecha el 29 de octubre de 1878) confirma así sus impresiones anteriores:

Estoy muy contento de estar en esta casa y nunca será demasiado agradecer a Dios por la gracia que me ha dado como pecador. No esperen que cambie mi juicio a no ser que Dios quiera que lo haga. Al contrario, recen y pidan también ustedes cada día la gracia que nuestra familia tenga un misionero entre ellos.

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Fue sólo después del Concilio Vaticano II que, dirigido por nuestro entonces Superior General Juan Schütte, asumimos “in toto” la amplia reforma que la Iglesia en Lumen Gentium, Dei Verbum, Ad Gentes, Gaudium et Spes, Unitatis Reintegratio,  en Perfectae Caritatis y otras Constituciones y Decretos conciliares, también propusieron a las Congregaciones de vida consagrada y misionera.

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Los Capítulos Generales que tuvimos después del Concilio fueron muy creativos según dos criterios que creo que son los principales: el de la fidelidad a nuestro carisma religioso-misionero y la conciencia de que era necesaria una reforma para poder dialogar evangelicamente con el mundo moderno. A partir de entonces, comenzamos a definir con mayor claridad el perfil espiritual de nuestras congregaciones misioneras.

Personalmente, en lo que a la espiritualidad se refiere, recuerdo que la reflexión que hice en los años 70, como miembro de la primera comisión para la redacción de las nuevas Constituciones de la Congregación del Verbo Divino, me impresionó mucho. Recuerdo la alegría que sentí cuando aprobamos, no sin muchas objeciones y discusiones, la Constitución número 112, 1-4, inspirada en el espíritu de la Asamblea de Medellín / Colombia (1968) en la que los Obispos de América Latina hicieron una relectura de los documentos del Vaticano II. Algunos miembros de la comisión querían que este texto, como máximo, formará parte del Directorio, porque en su opinión se trataba de una directiva importante, pero de corta duración, que no correspondía con lo que deberían ser las Constituciones de una Congregación Religiosa. Para mí, sin embargo, esta Constitución está en la raíz de lo que diez años después llamamos de cuádruple diálogo profético. Hoy opino que eso caracteriza y hace más concreto lo que soy como hijo de san Arnoldo Janssen: “discípulo misionero”. Por eso, también me sentí muy feliz cuando supe que la V Asamblea de Obispos de América Latina había elegido como lema de su encuentro en Aparecida / Brasil (2007): “Discípulos y Misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos tengan más vida”. Posteriormente supe que el presidente de la Comisión que redactó el texto de Aparecida había sido el entonces Arzobispo de Buenos Aires / Argentina, hoy Papa Francisco. Tengo la impresión de que él, como sucesor de Pedro, es muy consciente de lo que se dijo en Aparecida.

El término discípulo (“mathetes”) aparece en el Nuevo Testamento más de doscientas y cuarenta veces. Se refiere principalmente a los doce que Jesús llamó para estar con él y enviarlos a predicar. (Mc 3, 13-15). También se refiere a los 72 que envió a los lugares por donde él mismo pasaría. Según el evangelista Lucas, regresaron felices con lo vivido en su primera misión. Se creó un momento de intimidad y oración entre Jesús y ellos, en el que Jesús, exultante de gozo en el Espíritu Santo, dio gracias al Padre por “haber escondido estas cosas de los sabios y entendidos y revelado a los pequeños” (Lc 10, 21).

La gran gracia que nuestras congregaciones deben implorar al Dios Uno y Trino es que, en esta Cuaresma del 2021, se conviertan en verdaderos discípulos misioneros de Jesucristo para que todos los pueblos del mundo tengan más vida.

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Edênio Reis Valle, SVD es psicólogo. Fue provincial de la provincia BRC, vicerrector de la Pontificia Universidad Católica de S. Paulo, presidente de la Conferencia Nacional de Religiosos de Brasil, Coordinador de la Zona Panam, asesor de la CNBB (Conferencia Nacional de Obispos de Brasil) y fundador de ITA (Instituto Terapeutico Acolh). Actualmente reside en la Comunidad José Freinademetz, en São Paulo.

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