Interculturalidad como Señal y Profecía

Autor: Anselmo Ribeiro, SVD
Tema: La Interculturalidad en la SVD
Idioma: Inglés, Español

Durante el Sínodo para la Amazonia, en octubre del 2019, muchos círculos de reflexión fueron promovidos en Roma. Uno de ellos fue dedicado a la interculturalidad desde la experiencia de los institutos religiosos, bajo la perspectiva de la profecía y de la señal para el mundo. Comparto, aquí, mis reflexiones y testimonio durante este encuentro.

Inicio afirmando que para reflexionar sobre la interculturalidad se hace necesario asumir el propio origen. En este sentido, escojo comenzar presentándome e invitarles a revisitar su propia historia y su punto de partida.

Soy Anselmo Ribeiro, sexto hijo de una familia peculiar, por lo mismo de su formación. De parte de mi madre, mi bisabuelo fue un portugués casado con una mujer negra que, muy probablemente servía en la corte imperial de Brasil. Mi madre era blanca y mi padre negro. Mi abuela paterna nació en la ciudad de Salvador da Bahia, la primera capital del país. Sus rasgos físicos no dejaban dudas de que ella era hija de una pareja de una indígena y un negro. Esa niña, después de tornarse huérfana de madre a los cuatro años, siguió con su padre los pasos de la migración rumbo a la nueva capital, Río de Janeiro. En la adolescencia fue «pegada al lazo», como ella misma nos contaba. Jamás pudimos entender bien lo que significaba esa expresión, si se trataba de un rapto o de una especie de ritual de iniciación, como los que en algunas culturas africanas se conservan. Mi padre fue fruto de su segundo matrimonio. Para algunos, soy un ejemplo de multiculturalidad. El color de mi piel no es blanco, no es negro, no es rojizo. ¡Es café con leche!

La idea de multiculturalidad se enseñaba en las escuelas y llevaba una formación muy bien definida para mi pueblo: Blancos, Negros e Indígenas. Había también aquellos que no se encuadraban en ninguno de esos casos, para eso se debía buscar una nueva clasificación. Yo no me sentía parte de ninguna de esas etiquetas. Eso porque la idea de «multiculturalidad» fue inventada para organizar un fenómeno como si las personas fueran objetos en un estante.

Tardé mucho en comprender que la realidad que vivíamos no se trataba de multiculturalidad, pero sí, interculturalidad. El origen de mi familia no era algo estéril y pasivo. Era vivo, conflictivo, pero vistoso, con muchos colores. Lo que los libros de la escuela presentaban era folclórico, mientras que lo que se vivía entre nosotros era mucho más que vivir lado a lado, era interrelacional. Relacionarse con las diferencias era constitutivo de nuestra identidad.

Es cierto que la comprensión de interculturalidad llegó mucho después, así como el desafío de pasar de la visión multicultural a la intercultural. En ese camino abracé la Vida Consagrada como misionero. En ese entonces, se hablaba de nuestra internacionalidad y contábamos el número de naciones que formaban nuestra comunidad religiosa. Desde mi primer contacto con la SVD hasta hoy, creo que solamente por tres años he vivido en una comunidad en donde sólo estaban los brasileños. A lo largo de los años, viví con hermanos de otros países y también viví como forastero, siendo yo el diferente en aquellas culturas.

Al principio, todavía con las lentes de la internacionalidad, me di cuenta de que había una especie de diálogo entre las culturas y que, al final, algo las interconectan. Aun estando en Brasil, el contacto con los formadores de otras nacionalidades nos cambiaba en algo nuevo, que tampoco se encuadraba en los grupos raciales o culturales. Cuando tuve mi primera experiencia misionera en México, con los indígenas de Chiapas, no entendía por qué aquellos hermanos eran identificados por nombres y vestimentas tan diferentes entre ellos, mientras en realidad eran de la misma familia. Todos pertenecían a la cultura Maya. Hoy puedo decir que allá me encontré con la misma regla que media los parámetros de la multiculturalidad, impidiendo la verdadera interrelación entre los pueblos. Sin embargo, si las clasificaciones y nombres impuestos los diferenciaban, la palabra hablada, cantada y rezada los unía. Había una cosmovisión común y en ella nos sentíamos de la misma casa.

Por su naturaleza, la interculturalidad carga en sí misma muchas comprensiones. Y eso es natural y sería raro si no fuera así. Urge tener en mente que junto a las diversas comprensiones están también los proyectos políticos y pedagógicos igualmente diferentes.

La interculturalidad es a menudo instrumentalizada, desdibujándola simplemente en connotaciones tales: una forma de conocimiento e integración con otras culturas, abriendo puertas, generando oportunidades. Lo que, en mi opinión, se parece mucho más a una perspectiva de internacionalización y de la lógica de la mercantilización.

También es posible romantizar la interculturalidad como convivencia entre personas diferentes, sin tener en consideración la importancia y la fuerza de las relaciones históricas, económicas y políticas. Pero en esos tipos de relación, el más listo puede sacar ventajas y hasta sujetar o dominar los demás. Así, no se crece en autonomía y pocos son privilegiados.

Al final, podemos potencializar el desarrollo de las propuestas de los diferentes sujetos que constituyen la realidad social y cultural. Pasando de una visión de la diversidad a la visión de lo diferente. La idea de diversidad aún se relaciona con caracterizaciones genéricas y encuadramientos en categorías. Pensar desde lo diferente es considerar que las diferencias son parte constitutivas y constructoras en el proceso de identidad.

Cuando estuve en nuestro Capítulo General en 2012, pude percibir como somos diferentes. Nuestra organización zonal casi da la sensación de que somos cuatro congregaciones en una. Y, justamente, eso enmarca nuestra identidad. Como Verbitas somos diferentes y queremos ser así. Cada uno trae un poco de sí mismo y de su cultura para la construcción de nuestro rostro misionero. Para destacar más aún esa realidad, cada uno recibe de su lugar de misión, nuevos colores y sabores.

Hoy día, nos hemos descubierto interculturales. No es que nos hayamos tornado interculturales, porque esa característica ya hacía parte de nuestra identidad. Nuestro fundador, San Arnoldo Janssen, hijo de un comerciante, estaba habituado a la vida fronteriza de Alemania y Holanda. Con la decisión de fundar la casa misionera, él cruzó definitivamente los límites, no solamente de los dos países. Él recibe muchachos y muchachas dispuestos a ser enviados a otras fronteras más lejanas aún. Nuestro primer misionero en China, San José Freinademetz asume aquella cultura como la suya, deseando tornarse uno con ellos.

Al determinar que nuestra misión acontece por medio de comunidades interculturales, declaramos que no queremos dar un testimonio solitario. Eso es parte de nuestro proceso de autoconocimiento: no somos capaces solos, pero también no queremos estar solos. Buscamos ser Fieles a la Palabra y también listos para el diálogo, a través de la Palabra. Es condición fundamental para la vida y misión intercultural, el compartir. Dicho de otro modo, la apertura al dar y recibir.

Para nosotros, misioneros verbitas, construimos interculturalmente nuestras comunidades cuando experimentamos relaciones de confianza, apertura, corresponsabilidad, mutualidad y fraternidad. Esforzarse para vivir como verdaderas comunidades interculturales ya es un elemento clave de nuestra misión SVD.

Empecé hablando de mi historia y ahora hablo de mi comunidad de vida y misión para afirmar que la interculturalidad es también relación con la propia identidad. No nos abrimos al diferente sin una clara aceptación de la propia origen e identidad. Sin una clara identidad podemos caer en el fundamentalismo o sincretismo: el primero como exceso, por decir una exageración en la identidad; el segundo como superficialidad o caricatura. El fundamentalismo es agresivo, mientras que el sincretismo cultural llega a ser una generalidad desteñida, insípida e inodora.

Para el testimonio misionero de la Iglesia y, sobre todo, de la Vida Consagrada, la interculturalidad es también anuncio y denuncia. Es decir, profecía que no puede ser sin color, sabor y olor. La profecía no puede ser fundamentalista y violenta. Ella está indignada, pero no violenta. En nuestro testimonio misionero, debemos tener la interculturalidad como señal, como faro, que indica una nueva realidad posible. Esa realidad ya existe, pero todavía le falta algo para completarla. El testimonio de los misioneros y misioneras que no tienen miedo a lo diferente es una señal y a la vez, contradicción delante de las fuerzas de la mediocridad que descalifican, separan y excluyen aquellos que no caben en los cajones prefabricados de sus intereses, sean cuales sean.

Como dije anteriormente, por muy poco tiempo viví en una comunidad en donde todos eran brasileños. ¡Sucede a veces! Pero era algo un poco raro. Vivir la misión en comunidad intercultural no significa solamente estar en otro país. Es también ser extranjero en la propia tierra. Es oír al otro hablar en su lengua, sentir el olor de una comida diferente. Es cuidar de las palabras que pueden adquirir doble sentido, es evitar acciones que son ofensivas para el otro. Es necesario sensibilidad, observación, respeto, silencio, contemplación. La interculturalidad puede convertirse en una mística.

Los desafíos de vivir la misión en comunidad intercultural deben ayudarnos en el proceso de apertura y conocimiento, tan necesarios para el ministerio o servicio misionero. Pero ¡Atención!, las personas perciben si vivimos bien o no. Se les puede parecer un lío vivir entre costumbres y culturas diversas. Ellas destacan y valoran esa habilidad que tenemos, pero no aceptan la falta de caridad entre nosotros. Construir una comunidad intercultural no es sólo convivir con otras nacionalidades, va más allá. Es valorizarnos y enriquecernos mutuamente. Somos desafiados a aceptar y valorar las diferencias y a estar abiertos a la transformación. Creo que eso, sí, sea testimonio, misión y señal para nuestro tiempo.

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