Los Derechos Humanos y la integridad de la creación

Autor: Nicolau Bakker, SVD
Tema: Derechos Humanos
Idioma: Inglés, Español
Editorial: Antrophos Brasil – Octubre
Año: 2016
Argentina, Parana River

Hacia una espiritualidad con perspectiva antropológica

  1. De la antropología cultural a la antropología integral

Al principio del debate, el coordinador del grupo nos recordó que la antropología, como todas las demás ciencias, está sometida a un proceso histórico de maduración intelectual. Desde que nuestra Congregación hizo de la antropología (etnología) un importante soporte de la acción misionera hasta décadas muy recientes, el enfoque principal de la antropología se centró casi exclusivamente en las manifestaciones culturales del ser humano: su forma de pensar y hablar, sus ritos religiosos (o paganos), sus códigos de conducta tradicionales, el arte y las costumbres en general, en definitiva, las manifestaciones de la “mente”. No es difícil rastrear el origen de esta antropología. La filosofía griega ponía gran énfasis en la racionalidad del ser humano, con un claro menosprecio de su dimensión corporal, carnal, considerada imperfecta y mortal. “La carne no vale nada”, dirá San Juan en su Evangelio (6,63). Basados en esta filosofía, y alimentados por la fuerte esperanza jesuítica en el (próximo) Reino de Dios (muy superior a los reinos de la tierra), los primeros cristianos, de hecho, esperaban un “otro mundo” libre de las imperfecciones de éste, como atestiguan las Cartas Apostólicas y documentos muy antiguos como el Pastor de Hermas. Surge una antropología cristiana fuertemente dualista en la que el cuerpo y el espíritu luchan entre sí. Santo Tomás de Aquino (†1274) dirá que todo ser humano posee (“ab extrínseco inmissa”) un alma inmortal. Sólo esto debe ser salvado, ya que el cuerpo “no sirve de nada”. No hay que perder de vista que también el fundador se guiaba por esta visión antropológica. Era necesario un conocimiento profundo de los pueblos paganos para convertirlos más fácilmente y así “llevar todas las almas al cielo”.

Alguien del grupo observó: “Nuestro gran reto actual es enfrentarnos a quienes utilizan toda la naturaleza para ellos y sus intereses particulares. De hecho, en nuestros días, la antropología se enfrenta a retos que la tradición dualista no resuelve. Aunque la Modernidad, con su racionalidad, ha ofrecido incluso un refuerzo a esta tendencia dualista (especialmente a través del “cogito, ergo sum” de Renée Descartes), el consenso actual, tanto en filosofía como en teología y otras ciencias, va en la dirección contraria: la de la unidad entre mente y cuerpo. Ya no es concebible un alma independiente o desconectada del cuerpo. Si el Papa Benedicto XVI sigue insistiendo en la “consistencia ontológica” del alma humana (Caritas in Veritate 76), o habla de la capacidad real y muy importante de la conciencia humana de abrirse a lo “trascendental”, y por tanto a lo científicamente indemostrable, o perderá credibilidad. El alma humana no fue insuflada en el ser humano en el Jardín del Edén, como sugiere Gn 2:7, sino que evolucionó lentamente con y a partir de la propia “Vida”. Para los que tienen fe, sin duda el fruto más hermoso de la creación divina. Sin embargo, la propia conciencia humana es tan carnal como cualquier otra faceta del ser humano.

En su hermosa obra Order out of Chaos (con Isabelle Stengers, Nueva York: Bantam Books, 1984), el gran Premio Nobel de Química, Ilya Prigogine (†2003), señaló una realidad no percibida con claridad hasta entonces: en contra de la segunda ley de la termodinámica que establece que toda la energía presente en la naturaleza tiende, por la ley de la entropía, a su equilibrio térmico, la vida hace lo contrario. Se comporta como una “estructura disipativa”, o abierta. Recibiendo un flujo constante de energía del medio ambiente, la vida se renueva permanentemente y, superándose a sí misma, en un proceso ininterrumpido de complejidad creciente, dio origen, después de aproximadamente 3.700 millones de años, a un ser vivo que adquirió conciencia de sí mismo…. con la capacidad de deteriorar la vida misma, o de elevarla a un nuevo nivel. Sin duda, toda una responsabilidad. El Papa Francisco tuvo la valentía de decir, por primera vez, “que todos somos tierra” (LS 2), y que estamos umbilicalmente interconectados unos con otros e insertos en la gran red de vida que nos sostiene. “Una visión muy diferente a la de nuestros padres y abuelos que, ante el monte, sólo pensaban en cortarlo”, observó un miembro del grupo. Ya no es posible, por tanto, hacer antropología dando primacía sólo a los aspectos culturales o mentales del ser humano. Lo que se necesita hoy es una “antropología integral”, que tenga debidamente en cuenta no sólo la estructura subjetiva del ser humano, sino también su estructura bioquímica, social y ambiental. Como gran ejemplo en defensa de esta multidimensionalidad de la antropología moderna podemos citar al célebre antropólogo francés Edgar Morin, fácilmente observable, por ejemplo, en su obra Terra-Pátria (con Anne Brigitte Kern, Porto Alegre: Ed. Sulina, 1995), donde califica de “imbecilidad cognitiva” la forma de pensar compartimentada (p. 152).

  1. La “ley natural” vista desde un nuevo ángulo

En medio del animado debate, un miembro del grupo recordó que “no puede haber oposición entre las perspectivas de las personas y las perspectivas de la naturaleza, ya que, como dice el Papa, todo está interconectado”. También podemos, dijo, poner todo en la perspectiva de la “felicidad humana”. Si el ser humano nunca es una isla aislada, sino que siempre forma parte de un gran entramado colectivo y ambiental, esto significa que algo debe estar mal cuando este ser humano no se siente feliz. Desde la perspectiva de los derechos humanos, se recordó el abuso del derecho a la propiedad, y desde la perspectiva de la integridad de la creación, el abuso del derecho a la vida. Otro miembro del grupo recordó entonces la vieja cuestión de la “ley natural”. Santo Tomás de Aquino (†1274), siguiendo la Sabiduría 11:23, argumentó que Dios “no se molesta por nada de lo que ha hecho” y “si algo hubiera odiado, no lo habría hecho”. En todas las criaturas, dijo, hay una “ley natural”, hecha por Dios, que debe ser respetada. Esta ley natural (esta “gramática”, decía Benedicto XVI) está presente en todo el cosmos. La felicidad es inalcanzable fuera de esta ley. Pocos conceptos teológicos han sido tan criticados por la Modernidad como esta ley natural de Santo Tomás.  La Iglesia, considerándose durante siglos la única poseedora de todas las verdades, la ha interpretado, en muchos casos a su antojo. Al no aceptar la aportación de las ciencias, la Iglesia se ha visto atrapada en la tradicional antropología dualista. Sólo el Concilio Vaticano II, con Gaudium et Sp. II, con Gaudium et Spes 36, rompió la barrera, aceptando todas las “realidades terrenales”, entre ellas la ciencia en general.

No se puede olvidar que la Iglesia católica, a lo largo de la Modernidad, se opuso a la consecución de casi todos los derechos humanos. Cuando la Revolución Francesa (1789) los proclamó por primera vez, el episcopado francés los calificó de “montón de proposiciones estúpidas”, y el Breve “Quod Aliquantum” (1791), del Papa Pío VI, los condenó solemnemente. Es interesante señalar que la propia proclamación de los Derechos Humanos culminó un largo proceso de gestación iniciado ya en el Renacimiento por los defensores de los “derechos naturales”, como el dominico Francisco de la Victoria (†1536)), el “padre del derecho (natural) internacional”, y los grandes pensadores teológicos y jurídicos de la famosa universidad de Salamanca, en el siglo XVI. Tampoco hay que olvidar al siempre recordado (y apodado) “milagro holandés”, Hugo Grotius (†1645). Esta propuesta de derechos naturales se basaba también en el “humanismo cristiano” que defendían ardientemente autores como Tomás Moro (†1535) y Erasmo de Rotterdam (†1536). Ahí estaba la semilla de la posterior separación total de la Iglesia y el Estado. Lo que define lo antropológicamente correcto no sería en primer lugar un determinado dogma religioso, sino la propia “naturaleza” de las cosas creadas. La antropología moderna parece así destinada a retomar la anterior intuición de Santo Tomás de Aquino y, desconfiando siempre de las posiciones “religiosas” anticipadas, a profundizar cada vez más en la raíz multidimensional -bioquímica, social y ambiental- del ser humano, es decir, en su raíz “natural”. Anthropos – y la antropología “integral” – encuentran allí un camino a seguir.

  1. La cuestión de la “universalidad” de los derechos humanos

En un momento dado, un miembro del grupo recordó que sólo el ser humano, con su conciencia, puede desviarse de esta ley natural y faltar, por ejemplo, al derecho a la paz o al respeto mutuo. De hecho, la libertad humana, con mayor o menor grado de conciencia, permite “apropiarse” de los derechos de los demás. Una máxima en la reflexión de los derechos humanos es que son “universales”. No importa la etnia, la clase, el color o la religión. En Brasil, el III Programa Nacional de Derechos Humanos (2009), en el eje rector III, afirma que los derechos humanos son “universales, indivisibles e interdependientes”. El concepto de universalidad es fundamental. El debate más acalorado de la Segunda Conferencia Internacional de Derechos Humanos de la ONU (Viena, 2013) se refirió precisamente a este concepto. El mundo que tenemos delante hiere estos derechos universales en todos los sentidos. Si la economía puede verse como el “eje” que hace girar a las sociedades, destacados economistas liberales actuales, por ejemplo el francés Thomas Piketty y su profesor, Anthony B. Atkinson, demuestran, a través de gráficos y tablas muy convincentes, que la desigualdad económica, desde la introducción del neoliberalismo en las décadas de 1970/80, ha crecido exorbitantemente, retomando los tradicionales aires de “casa grande y cuartos de esclavos” en muchos lugares del mundo (Cf. Thomas Piketty, Capitalismo – en el siglo XXI, Río de Janeiro: Ed. Intrínseca LTDA, 2014; y Anthony B. Atkinson, Desigualdad – ¿Qué se puede hacer? São Paulo: Leya Editora LTDA, 2015). En este contexto, ¡qué reconfortante que tengamos actualmente un Papa que asume plenamente -en teoría y en la práctica- la causa de los derechos humanos universales! Todavía recientemente, clausurando el III Encuentro Mundial de Movimientos Populares (Roma, 05/11/2016), recordó su famosa frase “ningún agricultor sin tierra, ningún trabajador sin trabajo y ninguna familia sin vivienda”, y animó a los dirigentes a no dejarse “formatear” (es decir, asumir el papel social, aclamado por las élites, pero no su papel político-transformador) ni mucho menos dejarse corromper, pues “la corrupción también existe en las organizaciones sociales”.

Sin embargo, no podemos dejar de tener en cuenta que, desde la perspectiva de los gobernantes, no todo se puede arreglar de la noche a la mañana. Vivimos en sistemas contaminados y contextos deteriorados (como incluso en la Iglesia y en la Vida Religiosa). Los análisis institucionales son de suma importancia. Precisamente porque todo está interconectado, en el tiempo y en el espacio, nadie tiene una varita mágica para cambiar las cosas por sí mismo. Los derechos humanos tardan en conquistarse. Un miembro del grupo, que trabajó durante muchos años en el más destacado Centro de Derechos Humanos y Educación Popular de São Paulo (CDHEP/CL), observó que la lucha por los derechos humanos en Brasil pasó por diferentes fases históricas. Durante la dictadura militar, la lucha fue por los derechos civiles y políticos; luego surgió con fuerza la lucha por los derechos sociales; en una etapa posterior, aparecieron los derechos culturales (por ejemplo, los derechos de “género”) y, finalmente, los derechos ambientales. Si Anthropos y la Congregación, siguiendo los pasos de su fundador, pretenden conocer a fondo al ser humano para así “salvar a todos los pueblos”, debería hacer de los derechos humanos “universales” un tema importante para sus investigaciones y propuestas académicas. En ellos, el complejo tema de la economía también debería tener un espacio creciente. El camino al cielo pasa por la tierra.

  1. El reto de la “trascendencia” para Anthropos y la SVD

En medio de las discusiones de grupo, uno de los participantes, que filma el comportamiento popular incluso en los rincones más alejados del país, hizo la siguiente observación: “Una antropología correcta debería prestar más atención al “sentido” que las personas -incluso las más sencillas- dan a la existencia y a las cosas de la vida, especialmente al sentido de lo que va más allá de lo que la vida ofrece”. Se recordó entonces el gran espacio que el conferenciante Faustino Teixeira abrió para el simposio, cuando habló del importante papel de la espiritualidad en la vida de los más diferentes pueblos y culturas. “Corresponde a Anthropos rescatar lo sagrado en las tradiciones humanas”, dijo. De hecho, antropólogos como Edgar Morin y muchos otros, hablan de estas espiritualidades como una especie de “constante antropológica (o universal)”. Todo ser humano, individual y colectivamente, está en busca de un “sentido” para su existencia, siempre marcada por los límites de su insuperable contingencia y miseria. El famoso filósofo alemán contemporáneo, Hans Jonas, observa que en toda la creación hay un “horizonte de trascendencia”: del mundo físico al bioquímico, del bioquímico al vegetal, del vegetal al animal, y de la vida inconsciente a la vida consciente (cf.) Teilhard de Chardin (†1955), con los ojos de la fe, habló de un proceso de amortización o cristificación (Cf.) Dejando a un lado la fe, la Modernidad comenzó el siglo XX decretando, como hizo Friedrich Nietsche (†1900), “la muerte de Dios”, pero los pensadores posmodernos lo han recuperado. La secularización no ha logrado erradicar la religiosidad humana. El teólogo luterano Peter Berger afirmaba volver a oír “el rumor de los ángeles” en todas partes (Cf. A Rumor of Angels: Modern Society and the Rediscovery of the Supernatural, Harmondsworth/Inglaterra: Penguin Book, 1971). Incluso algunos fervientes ateos militantes combaten hoy en día la religión en nombre de valores y principios que, si los miramos de cerca, tienen un contenido profundamente religioso. No ha cambiado la religiosidad, sino la forma de entenderla y experimentarla, dice el reconocido teólogo holandés Erik Borgman (Cf. Metamorfosen – Over Religie en Moderne Cultuur, Ed. Klement/Pelckmans, 2010).

La presencia de un músico en el grupo sacó a relucir otro aspecto de esta misma cuestión, al observar: “el ser humano no es sólo racional, sino también intuitivo, y esta dimensión humana se revela no sólo en la práctica religiosa directa, sino también en el arte, el teatro y, particularmente, en la música. De hecho, en la neurociencia hay quien defiende que el ser humano “capta” la realidad de forma más intuitiva que racional. Toma sus decisiones a partir de un sentimiento generalizado y luego utiliza la razón para justificarlas o interpretarlas (véase, por ejemplo, en Danah Zohar, O Ser Quântico, São Paulo: Nova Cultural, 2000). El misticismo es inherente al ser humano. Faustino ha abierto varias perspectivas en este sentido. Por eso, dice el Papa en Laudato Si 216, “no es posible comprometerse en las grandes cosas sólo con doctrinas, sin una mística que nos anime. Interpretar y valorar la mística propia de cualquier pueblo es, por tanto, un objetivo importante, tanto para el Instituto Anthropos como para la Iglesia en general.

También podríamos recordar que, para la Asociación Ecuménica de Teólogos del Tercer Mundo (AETMT), el mundo del futuro estará marcado por el “paradigma posreligioso” (cf. Revista Eclesiástica Brasileira, 288/2012). Algo totalmente nuevo y todavía imprevisible. Todas las religiosidades de los últimos milenios serían fruto de una civilización típicamente agraria, y ésta, definitivamente, ha llegado a su fin. Sería necesario entonces apuntar a algo totalmente nuevo. Vemos claramente esta tendencia en la magnífica serie titulada Sobre los caminos de Dios. En estos cinco libros, organizados por la comisión teológica del EATWOT (Luiza Tomita, Marcelo Barros y José Maria Vigil), los autores (entre los que se encuentra Faustino Teixeira) armonizan lo mejor de las Teologías de la Liberación con lo mejor de los diferentes “caminos de Dios” abiertos por la actual teología de la pluralidad religiosa. En cualquier caso, antropológicamente hablando, el ser humano seguirá siendo un ser místico, abierto a lo que le trasciende (frente al “humanismo cerrado” de los filósofos modernos tradicionales), y siempre en busca de la superación de su miseria individual, colectiva y ambiental. La misión de la Iglesia es acompañar a la humanidad en su incansable búsqueda de “salvación”, ofreciendo las riquezas de su propio pasado y aprendiendo de las riquezas de las diferentes culturas con las que se enfrenta. Todo ello para que se concrete cada vez más la “vida plena” soñada por Jesús (Jn 10,10). Si esta es la misión de la Iglesia y de la SVD, también debería ser el objetivo principal de Anthropos. Fieles al pasado, pero afrontando el futuro con valentía.

Juiz de Fora, 23/10/2016

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