Homenaje a los Santos Arnoldo Janssen
y José Freinademetz

Autor: Gracy Antony, SSpS
Tema: Centenario de las Muertes, Arnoldo Janssen, José Freinademetz
Idioma: Inglés, Español
Editorial: Boletín de la provincia sur de la India Vol. 19, No 1
Año: 2009

En cada celebración a la que asistí, tanto en la apertura como en la clausura del año del centenario de la muerte de los santos Arnoldo Janssen y José Freinademetz, o cualquier otro programa que se organizó a lo largo del año, percibí siempre un tono de gratitud. Sí, ese es el sentimiento que tal vez fuera el más fuerte en el corazón de cada SVD, SSpSAP y SSpS. Gratitud a Dios por el don de los dos Santos, y el agradecimiento a los santos, por lo que fueron y son para nosotros.

“Preciosa es la vida entregada por la misión” (valiosa es la vida del que se entrega totalmente, AJ, 1904). El tiempo y la cultura en que vivimos se caracterizan, de alguna manera, por un cierto desencanto por la vocación religiosa misionera. La disminución del número de jóvenes atraídos por esta forma de vida y el aumento de los que abandonan las congregaciones son reflejo de esta realidad.

Tal vez el tema nos obliga a mirarnos a nosotros mismos, como misioneros. ¿En qué manera apreciamos nuestra vocación misionera? ¿En qué medida esta verdad de ser un discípulo de Jesús, ser un misionero de la familia de Arnoldo, nos ha cautivado en lo más íntimo de nuestra conciencia? Es fundamental que quienes seguimos comprometidos, estemos convencidos del gran valor de nuestra vocación, para ser lo que estamos llamados a ser, a dar lo mejor de nosotros a Dios y a las personas que servimos, y por lo tanto vivir nuestra vida plenamente. Porque, en el darse está el sentido de la vida. Una de nuestras necesidades más preciosas es contribuir y enriquecer la vida. Viven bien, quienes viven para los demás.

La vida es lo mejor y lo esencial que tenemos de Dios, y es el don más precioso. Nada tiene sentido sin ella. La vida entregada por la misión se torna aún más preciosa, cuando el misionero ve la vida de los demás también preciosa y valiosa, dotada de hermosura y dignidad. El misionero entonces es llamado a avanzar en dirección de la defensa, protección, fomento y cuidado de la vida especialmente cuando se la ve amenazada. La persona humana, de manera muy especial, es el sacramento de la presencia de Dios. Él está presente en todo. La presencia preferida de Dios es en el ser humano. “Meditar sobre el trono de Dios (en el corazón humano) nos ayudará a ver el tremendo valor que tiene la labor misionera. Imaginen que nosotros podamos ver en los corazones de aquellos que están en un estado de gracia. Veríamos sus corazones teñidos y envueltos de luz, y al centro, el Dios Trino. ¡Qué visión más asombrosa!”. Esta verdad impregnó Arnoldo en lo más profundo de su ser, era el centro de su vida en torno a la cual giraba todo lo demás. Arnoldo no se cansó de llevar a otros a esta fe viva, animándoles a amar esta presencia divina. Y así, decía, “Por la causa de la misión ningún sacrificio es demasiado grande”.

En un tono similar, José Freinademetz, escribió a su familia desde Steyl en 1879: “Agradezcan a Dios… que el Señor nos ha dado la gracia de tener un misionero en nuestra familia”. En 1880, escribió desde China, “Ser misionero es un honor que no cambiaria ni por la corona de oro del emperador de Austria”. En 1884, escribió: “No puedo agradecer lo suficiente al Señor por haberme hecho un misionero en China”. En 1887: “Ser misionero no lo considero como un sacrificio que ofrezco a Dios, sino como el mayor don que Dios me está dando … Cuando pienso en las innumerables gracias que he recibido y sigo recibiendo hasta ahora de Dios … Confieso que podía llorar. La vocación más hermosa del mundo es ser misionero”. Es importante señalar que, cuando él dijo esto no vivía en una situación serena, fácil y cómoda, sino en medio de luchas que tuvo que enfrentar en los primeros años en China.

Creo que continuamos como SVD, SSpS, SSpSAP, porque consideramos nuestra vida religiosa y misionera como algo importante. Si no, no valdría la pena malgastar nuestras energías, nuestros años de vida. El sueño de Dios para cada uno de nosotros es que vivamos la vida en plenitud. Y estos dos santos que eligieron avanzar por un “camino menos transitado” – asumiendo riesgos de todo tipo, nunca preocupados por sí mismos, sino ofreciendo su vida por algo más grande que ellos mismos – abrieron ante nosotros el camino de una vida más plena. Transitar por tal camino de compromiso misionero como lo vemos en sus vidas, inevitablemente nos invita a morir a nosotros mismos, “porque estamos llamados a seguir a Jesús en el camino como pequeña semilla que tiene que morir para poder crecer y dar fruto”.

Arnoldo Janssen: Hombre de profunda fe

En realidad, no hay separación entre la fe y el amor, como no hay fe sin amor activo, y no hay verdadero amor sin fe. Ambos Santos han vivido una vida de fe profunda y gran amor. Sin negar sus virtudes, se pretende aquí sólo resaltar una de los signos característicos de sus vidas.

Fue la fe de Arnoldo en Dios Trino que lo llevó a estar abierto y atento a las necesidades del mundo, que, a su vez, lo llevaron a fundar las tres congregaciones con su impulso misionero particular. La fuerza interior que le permitió perseverar frente a las enormes dificultades y oposiciones fue su profundo arraigo en Dios, y su entrega radical a la voluntad de Dios. En los primeros años, tuvo que soportar un montón de privaciones y limitaciones externas que no se convirtieron en una carga pesada para él sino que las enfrentó con valentía. Lo más difícil fue soportar el desprecio de tantas personalidades cultas e influyentes que veían con escepticismo su trabajo y lo juzgaban de forma negativa y, por lo tanto, no le ofrecieron el apoyo necesario. Fue considerado como un hombre de ideas excéntricas. A lo largo de su vida, también tuvo que luchar con sus propias limitaciones personales. Comprometiéndose con los problemas concretos de su tiempo se exponía a ser herido en sus sentimientos personales. Sin embargo, como hombre de inquebrantable confianza en Dios que, por así decirlo, lo llevó de la mano siguió adelante con sus convicciones en medio de controversias y oposiciones. El capital de Arnoldo fue su inamovible confianza en Dios y la convicción de que Dios lo había llamado a la obra misionera.

José Freinademetz: Hombre de gran amor

Las cualidades naturales de Freinademetz: bondad cautivante, simpatía, personalidad amable y encantadora, formaron el telón de fondo que hizo de él un misionero del amor. La fuerza motriz profunda de su vida era el amor. “Sus ojos, por lo general, brillaban atractivos, llenos de bondad e infundiendo serenidad, de tal manera que los chinos fácilmente confiaban en él y junto a él se sentían en casa”, relató el obispo Henninghaus. José dijo: “Los paganos sólo se convertirán por la gracia de Dios y, podemos añadir, por nuestro amor, porque el lenguaje del amor es el único idioma que entienden los paganos”. Freinademetz, evidentemente, dominaba este idioma a la perfección. “El apostolado es amor, una obra de amor: cuanto más el misionero está impregnado de amor, mejor misionero será. La Misión debe ser un asunto del corazón”, dijo en otro momento. Entendió el mensaje de Jesús, su Maestro, que la esencia de la vida cristiana y misionera es el amar, y que amando se da vida. Esta convicción fue la fuente de su fuerza para permanecer fiel en las pruebas difíciles como sentirse rechazado e insultado. En relación con el amor, no tenía ningún miramiento consigo mismo. Como alguien dijo, ‘quemó la vela por ambos extremos’. Esto explica por qué a la muerte de José, uno que lo conocía bien manifestó sus sentimientos con las siguientes palabras: “Me siento como si hubiese perdido a mi padre y ami madre.”

Los dos hombres brillan ante nosotros por su santidad, ante todo, por la transformación que experimentaron respondiendo fielmente a la gracia y su total entrega a Dios; por sus vivencias de debilidad personal transformadas por Dios en gracia. Enfrentar las dificultades en la vida nos enriquece, nos transforma y nos hacer crecer en profundidad como personas; nos ayuda a ver la realidad con nuevos ojos, a ser comprensivos y compasivos con los demás y fortalece nuestro carácter. No sólo nos transforma, nos hace transformadores, es decir, nos hace capaces y dignos de caminar con otros, más humano. La lucha es el proceso que nos lleva a encontrar a Dios dentro de nosotros y en la oscuridad que nos rodea. “¡Qué felices son las personas que se han entregado por completo a Dios! Mientras otros, como los caracoles, se arrastran en medio de muchos problemas y angustias los que se han entregado completamente a Dios, corren como el venado, y no es de extrañar, porque no son ellos que corren, sino es Dios quien les conduce… “(AJ).

Que una de las “enseñanzas” de la vida de estos santos sea: Acoger en nuestros corazones la sabiduría oculta y el poder transformador de la lucha y el dolor que, muy a menudo, tendemos a evitar o tratamos de esquivar. Nuestra vida sería muy diferente. Seguir sus huellas, será, sin duda la mejor expresión de nuestra gratitud y homenaje a nuestros Santos mas allá de las homilías, discursos y oraciones que hacemos en su honor. Ojalá tengamos la gracia de vivir sus palabras que cambian la vida. ¡Que sus sueños continúen en nuestro tiempo y en el futuro!

[VANI – Newsletter of India South Province, Vol. 19, No.1 January 2009]

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